Debía ser el último que salió de la oficina, o era el que estaba más abajo en la escala social de entre sus compañeros, o quizá era el más amable de todos.
Era guapo. Vestía pantalón vaquero y camisa blanca, sin planchar, por supuesto, porque parece que en estas tierras le tienen alergia a la plancha, o creen que queda muy bohemio y chic, o simplemente les importa un rábano ir como adanes.
En una mano sujetaba el maletín del portátil, en la otra, en precario equilibrio, 3 tazas con sus platos. Pero no 3 platos y encima 3 tazas. No. Le gustaba el riesgo. Se preparó la perfecta secuencia plato-taza-plato-taza-plato-taza.
Y ante nuestra perplejidad esbozó una esforzada sonrisa que hizo que tintineara peligrosamente la torre de pisa que llevaba en su mano derecha.
Si nos llegamos a reír se le cae todo. O no...
Era guapo. Vestía pantalón vaquero y camisa blanca, sin planchar, por supuesto, porque parece que en estas tierras le tienen alergia a la plancha, o creen que queda muy bohemio y chic, o simplemente les importa un rábano ir como adanes.
En una mano sujetaba el maletín del portátil, en la otra, en precario equilibrio, 3 tazas con sus platos. Pero no 3 platos y encima 3 tazas. No. Le gustaba el riesgo. Se preparó la perfecta secuencia plato-taza-plato-taza-plato-taza.
Y ante nuestra perplejidad esbozó una esforzada sonrisa que hizo que tintineara peligrosamente la torre de pisa que llevaba en su mano derecha.
Si nos llegamos a reír se le cae todo. O no...
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