martes, 10 de enero de 2012

Crónicas de Willy Fogg: el regreso

Hay veces que pienso si es que todo me pasa siempre a mí. ¿Será esto el karma? ¿Es que en otra vida me porté muy mal, muy mal?

En fin, que ayer tocó aeropuerto y avión, por millonésima vez ya. Primero el día anterior haciendo maleta, pesadita, pesadita. Esta vez estuve en el límite: 22.5 kilitos. Uff, y eso que no me vieron el bolso a punto de explotar.

Una vez que pasé el control, a esperar un buen ratito. Que sepáis que si alguna vez voláis desde Madrid a Ámsterdam en el horario de las cinco de la tarde más o menos, se os llenará el avión de chinos. Debe ser el avión que conecta el vuelo a China después. Esta vez al menos no hubo problemas con los chinos que se sientan en la salida de emergencia y no hablan inglés ni español. Y si los hubo no me enteré.

Mientras avanzaba hacia mi asiento en la fila 26 observé a una pareja, digamos, ejem, voluminosa, y pensé, no, no puede ser. O sí, que están sentados en el medio y ventanilla, ¿será ese asiento libre en el pasillo el mío? Por supuesto que era el mío, ¿para qué dudarlo? Siempre es el mío. Así de un vistazo, diría que la mujer era latinoamericana y el hombre holandés. Su muslazo sobresalía sobre mi asiento, y no tenía el apoyabrazos echado. Yupi. Además el hombre español que estaba sentado delante no es que fuera pequeño y no paraba de mover su asiento estrujándome un poquitín. Vamos, poco espacio para maniobras.

El señor holandés que daba en todo momento con sus rodillas en el asiento de delante bajó el apoyabrazos y me dio penica, porque no bajaba del todo, le estaba aprisionando las carnes. Luego me dio menos pena cuando a mitad de vuelo nos dieron la comida y al levantar el brazo casi muero intoxicada.

En fin, que pasé el viaje esperando que el señor no levantara más los brazos y tuve suerte, se quedó dormido. Uff. Luego resultó que el aeropuerto estaba muy ajetreado y nos tuvimos que dar un garbeo antes de aterrizar. Llegamos unos veinte minutos (o más) tarde, y lo nunca visto en Schiphol: ¡¡¡hubo que esperar un huevazo por las maletas!!! Ya me pensaba que no llegaba al tren. Pero lo hice. Y cargando con el muerto de la maleta, menos mal que era un tren directo, si no, no sé qué hubiera sido de mí tirando de casi 23 kilos. Pero en cualquier caso hoy tengo agujetas en el hombro de cargar.

Y aún queda deshacer del todo la maleta.

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