miércoles, 22 de junio de 2011

Momentos raros

Hay algunas veces que vives un momento y como que tu mente se desdobla. Al mismo tiempo vives la experiencia y la analizas como un observador externo. Y piensas, joder, pero, ¿y esto?

Como cambiarte de casa y descubrir un día que tu vecino de enfrente es un profesor de educación física que tuviste en el instituto. Y otro día, estás en el portal esperando a que él abra la puerta porque ha llegado antes y se te queda mirando y te dice "Oye, ¿a ti no te daba yo clases?" al tiempo que se le cae un cepillo de dientes de la mochila, te agachas, se lo das y de forma evasiva le dices que sí, que te daba clases, dices el nombre del instituto y te pregunta qué tal. Hombre, pues sigo en ese instituto... Pero al mismo tiempo no paras de pensar que joder, el cepillo se le ha caído al suelo, ¿no debería tirarlo? O quizá es que lo usa para otras cosas...

Seguí viendo a mi ex-profe de gimnasia. Un día, cuando yo no estaba, se dejó las llaves de casa puestas por dentro y cerró la puerta. Llamó a casa y le pidió a mi padre saltar de la ventana del baño de nuestra casa a la suya, que estaba abierta (este profesor nunca destacó por sus luces). No se piñó finalmente, no. Recuperó sus llaves. Luego los dueños del piso se vinieron a vivir y él se tuvo que ir. Aún recuerdo a la madre de la vecina a grito pelao quejándose de lo sucio que estaba el baño.

En fin, que me salgo del tema. Momentos raros.

Esta tarde al llegar a la estación llovía a mares. No, esto no es raro de por sí. A pesar de que ya estamos en verano tenemos 12º y la calefacción en casa salta de forma automática. Ya ves, 22 de julio y muertecitos del frío en la oficina. Iba andando para casa con el paraguas y se me acerca una mujer, con el pelo chorreando, el rímel alrededor de los ojos en plan oso panda y hablándome no sé qué de un teléfono. Así que le he dicho, con un acento horrible que no hablaba su idioma y me he encogido de hombros mientras pensaba "sí hombre, le voy a dejar mi teléfono de la empresa, a ver si va a llamar a China, no, no, a China llamo yo si me da la gana. ¡Hombreya!". La verdad es que ni si quiera sabía si había dicho algo de un teléfono o qué.

Unos metros más adelante, esperando en el semáforo, convenientemente apartada de los charcos y los coches se me acerca una chica, calada hasta los huesos y me dice si me puede hacer una pregunta. A ella le he contestado en inglés que no hablaba su idioma. No me ha dicho más. ¿Sería familia de la otra mujer?, iba yo pensando. ¿Y se habrá ido a buscar un teléfono? ¿No sería mejor buscarse un bar para no mojarse?

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